#IberoBritEs: Victor Santamarina, mapas de arena. ‘Túnel’, en García galería de Madrid.

Victor Santamarina en García Galería / Foto © Roberto Ruiz
Victor Santamarina en García Galería / Foto © Roberto Ruiz
Victor Santamarina en García Galería / Foto © Roberto Ruiz
Victor Santamarina en García Galería / Foto © Roberto Ruiz
Victor Santamarina en García Galería / Foto © Roberto Ruiz
Victor Santamarina en García Galería / Foto © Roberto Ruiz

El título de la exposición de Victor Santamarina es toda una declaración de intenciones. En general asociamos la imagen de un túnel a algo oscuro y siniestro, inquietante. En los túneles se esconden las ratas, el olor a aceite, los restos de crímenes y aquellos que huyen en las películas. Por otro lado, no hay nada más intenso que la sensación de túnel que algunas drogas producen y pocas emociones hay tan intensas como practicar sexo en un túnel; la extrañeza del lugar y el desasosiego apremian, desarropan y multiplican el deseo, y toda esa urgencia se transforma en necesidad lúbrica. La versión civilizada de estas experiencias nos lleva a las discotecas y a los flashes que producen instantáneas de cuerpos en estados de éxtasis, de gotas de sudor resbalando por una piel caliente, imágenes que forman parte del imaginario colectivo que Gaspar Noé recoge en su paranoico mundo de neón de Enter the Void.

Sin embargo, lo más intenso de la noche comienza cuando acaban los flashes desvaneciéndose como nubes de arena y trazando el mapa difuso de una cartografía del deseo inaprensible y caprichosa. La inercia del éxtasis se mezcla con el frío y una intensa sensación de soledad y cansancio, quizás de nostalgia, en la que algunas de las imágenes cuajan tímidamente solidificándose despacio, pidiendo permiso para quedarse. Es en ese momento en el que las obras de Santamarina parecen estar suspendidas, en un lugar de la memoria en el que el movimiento, el sudor y las luces se comportan como una masa de lava que se enfría lentamente, pétrea en su exterior pero animada por la masa incandescente que la dirige desde dentro. Los retazos de carne pétrea se exhiben con descaro y nos provocan sus cicatrices y sus goteos resbalando por la superficie, ahora brillantes y pulidos por efecto de los moldes de silicona en los que se han producido.

El eco de la noche resuena en Túnel como también resuena el eco de la historia de la escultura, aunque es difícil saber a qué distancia de ambos se sitúa el artista. La precisa ambigüedad con la que están ejecutadas las piezas nos sitúa en territorios difusos y nos obliga a reaccionar, a construir. La distribución de las obras en la sala nos acerca al escenario de un yacimiento arqueológico plagado de fragmentos dispersos de esculturas, una solemnidad que se tiñe de sarcasmo cuando descubrimos los vasos de tubo llenos de cemento blanco repartidos por la galería; podríamos entonces leer las esculturas como el resultado de la intervención etílica de un grupo de amigos de botellón sobre unas piedras que han encontrado habiendo usado los vasos de la fiesta para crear composiciones divertidas. Este espíritu irreverente transita en las obras de Túnel desde un silencio sepulcral que nos alerta de que el juego es algo muy serio. Quizás sea esa la razón de que la obra que da título a la exposición, y la única titulada en castellano, tenga una forma sospechosamente similar a una cabeza y sea también la única que reposa en el suelo y cerca de una esquina, ¿quizás un guiño al David con la cabeza de Goliat en la que Caravaggio se autorretrató?

El resto de las obras se erigen dignas sobre pedestales circulares negros que actúan de plataformas para unas tullidas gogós de piedra cargadas de movimiento y desafiantes que esconden sus secretos y nos obligan a rodearlas una y otra vez buscándolos sin éxito. Nos hacen bailar en torno a ellas y perseguir hipnotizados el lento curso de las densas gotas de escayola que dieron forma a la pieza mediante un proceso de baile con el material casi ritual, o eso imaginamos. Más allá de describir la magia alquímica de las obras de la exposición, como el equilibrio milagroso con el que nos recibe Restless Red, suspendido entre el gesto de dolor del Laocoonte y el perreo más lúbrico, es fascinante como estas masas de cemento blanco pulido se transmutan en tejidos que palpitan. Como músculos en tensión que celebran la brevedad de la vida, pero sobre todo de la noche, los cuerpos de cemento blanco se agitan frotándose y reivindicándose como cuerpos que sienten desde una soledad embriagada.

Es hermoso el modo en el que en estas obras resuena el eco de la escultura clásica pero también los monstruos del Bosco, los cuadros de Caravaggio, las ruinas románticas o la obra de Paolo Icaro. Pero más fascinante aún es el modo en el cada uno de esos breves destellos, como los de las luces de un night club, dibuja un mapa de arena que se fija en la memoria el tiempo que tarda en llegar el siguiente flash, y así sin parar hasta el amanecer cuando llega el frío y estamos solos otra vez.

Imágenes © Victor Santamarina / Fotos: Roberto Ruiz

‘Túnel’ de Víctor Santamarina
Del sábado 27 de abril de 2019 al 15 de junio de 2019 en García Galería en Madrid
Web del artista: www.victorsantamarina.com

#IberoBritEs #Madrid

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