La noche del Niño

Hay artistas que parecen haber llegado a bordo de un meteorito desde el espacio exterior y hay artistas que son el meteorito. Un objeto incandescente que hizo que el aire la noche londinense entrara en combustión, así fue el recorrido por ‘Voces del Extremo’  que Niño de Elche regaló al público de Sadler’s Wells.

Fotos © CSM

La actuación arrancó con dos temas poéticos, densos e introspectivos, luego Niño de Elche rompía la cuarta pared y le preguntaba al público de Londres si entendía español… Si algo nos dejó claro su actuación de anoche, es que aun siendo un artista que trabaja esencialmente con la palabra (su inclasificable e inquietante álbum está en gran medida articulado en torno a poemas de varios autores contemporáneos) también trasciende fácilmente el ámbito de lo verbal. Y el público autóctono entendió, igualmente, su regalo.

Con una puesta en escena mínima y acompañado del virtuoso Miguel Cantizano (que nos enseñó a hackear una guitarra española), Darío del Moral percutiendo el bajo y disparando samples, el Niño de Elche y su pedalera de voz, supieron llevarnos de la mano por las profundidades catárquicas de temas como ‘Canción de Corro de Niño Palestino’, juegos electrónicos con los que nos hubiéramos levantado de la butaca para bailar como ‘Estrategias de Distracción’, o emociones más tradicionalmente flamencas como ‘Informe Para Costa Rica’.

Ataviado con una camiseta que proclamaba a Antonio Mairena rey de las raves (para fiestas, las flamencas) nos habló entre canción y canción de temas varios con una asombrosa facilidad para entrar y salir; para pasar de hacernos reír con una broma a sumirnos en una especie de trance chamánico diez segundos más tarde. Siempre, sosteniendo nuestra atención hasta el último aliento.

Acabamos siendo un público de vísceras contentas y pupilas dilatadas. En los bises, alguien pidió “una que sea movidita, por favor” quizás no se había percatado de que no estaba precisamente en la verbena del pueblo. El Niño remató la noche con un poema de TS Eliot en homenaje a Francis Bacon y una bulería chufla dedicada a los padres retrógrados. No podíamos haber pedido más.

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