Ulysses en gallego, charlamos con Xavier Queipo y Chema Sáinz Pena

Entrevistamos en Bruselas a Xavier Queipo y Xosé María Saínz Pena, tras haber sido premiados con el Premio Nacional de Traducción por su traducción al gallego del Ulysses de Joyce.

Esta entrevista es parcial, o muy parcial, por dos razones: falta en ella la mitad del equipo y esta mitad que entrevisto son dos amiguísimos desde hace casi una década, Xavier y Chema.

Cuando llegué a trabajar en Bruselas ya conocía de referencia literaria a Xavier Queipo, autor de una de las novelas que más me gustan del corpus literario gallego, O Paso do Noroeste (Editorial Sotelo Blanco, 1996 ), versionada en castellano como Las aventuras del Capitán Duchesnoy (Editorial Ézaro, 2008). De Xosé María Sáinz Pena nada sabía, a pesar de que somos ferrolanos, porque nos separa la edad y porque los criados en la ciudad-ciudadela de Gonzalo Torrente Ballester tenemos por costumbre andar mundo con trayectorias divergentes.

Hasta que los tres fuimos a coincidir en Bruselas impulsados por un concepto muy diferente al que tienen ciertos españoles. Ellos dicen que el “nacionalismo (no españolista) se cura viajando”. Nosotros nos hacemos más nacionalistas, de todas las naciones, según vamos conociendo cada pueblo diferente.

Nuestro empeño –explica Queipo– obligaba no sólo a reinventar Ulysses en lengua latina, lo cual ya da trabajo, sino a luchar contra los recelos y la ignorancia de quien no sabe lo que es Galicia ni su posición en el mundo de los idiomas.

A mi llegada a la capital de la Unión Europea funcionaba en ella la asociación cultural Couto Mixto de la que Sáinz y Queipo eran miembros activos y en la que me integré. Nuestro referente físico es la Livraria Orfeu de la Rue du Taciturne, espacio cultural galaico-portugués que nada tiene de taciturno sino de animado por sus constantes presentaciones y coloquios. Entonces mi imaginación no dio para vernos a los tres algún día explicando en la Orfeu el porqué del Ulysses en versión gallega, ellos como autores de la obra monumental y yo como consejero de la Editorial Galaxia, que había asumido el reto, nada fácil.

–Nuestro empeño –explica Queipo– obligaba no sólo a reinventar Ulysses en lengua latina, lo cual ya da trabajo, sino a luchar contra los recelos y la ignorancia de quien no sabe lo que es Galicia ni su posición en el mundo de los idiomas. Hubo que interrumpir la traducción cuando supimos que el heredero de los derechos de Joyce, sobrino nieto suyo, era un señor que vivía en Francia y se negaba a que se tradujese de nuevo la obra “en España” porque había salido una traducción pirata en castellano. No entendía que nosotros le pidiéramos los derechos para otra lengua que no era esa. No distinguía entre castellano y gallego…

–Una vez en Inglaterra una señora me preguntó “Is Galician an accent?” –lo interrumpo con la anécdota y nos reímos mientras Chema atiende por teléfono a Héctor Porto, periodista de La Voz de Galicia que lo está entrevistando para una crónica sobre el Premio Nacional de Traducción que les acaban de conceder a estos camaradas.

Ulises de James Joyce. Editorial Galaxia.

Estamos en un bar flamenco de Sint Katelijne, o Sainte Catherine a la francesa, en lo más castizo de la ciudad-bastión de la “communauté française” (no “francophone”: obsérvese el matiz que denuncia la mentalidad de los valones). Pido permiso en francés para hacer fotos desde un ángulo que puede molestar el paso de los camareros y recibo respuesta en neerlandés. Sólo cuando paso al inglés me responden en el Eurenglish comodín.

Al final nos salva Chema, intérprete de castellano, portugués, francés, italiano, inglés, alemán, sueco, polaco… y neerlandés. El nacionalismo flamenco es tozudo; dependiendo del lugar, hasta cuesta que lo sirvan a uno. Yo voy entendiendo los letreros después de años de imaginar parecidos del neerlandés con el lado sajón del inglés. Xavier es miembro del Pen Club Flamenco (y poeta oficial de la ciudad de Bruselas) pero, después de más de veintitantos años aquí, no le es fácil defenderse entre los indígenas.

-¿Y continuasteis traduciendo no estando seguros de que os dejasen publicar? –pregunto.

–Seguimos porque se llegó a la fecha en que prescribían los derechos de autor –responde Queipo–. Entonces fue cuando apretamos el acelerador. Ya llevábamos mucho trabajado entre Chema y yo. Habíamos hecho una primera versión aquí en Bruselas y fuimos con ella a Galicia, y se la pasamos a Eva Almazán, que le dio una primera vuelta. Cuando el texto tomaba forma, entró en juego María Alonso. Finalmente, nos la pasamos entre los cuatro hasta que llegamos a consenso, palabra a palabra, frase a frase, invención a invención. Fue un esfuerzo grande de acuerdos entre nosotros, partiendo de que Ulysses tiene 26.000 términos diferentes, incluyendo los del inglés de diferentes épocas.

–Eso es una de las cosas que más me llama la atención de lo que hicisteis: no traducir sino interpretar –miro a los ojos claros, grandes, de Chema–. Las páginas en que el gallego avanza desde la Edad Media hasta hoy corresponden a lo que hizo Joyce en inglés.

–Fue la solución única, si queríamos interpretar la intención de Joyce –responde el profesional–. La cosa anduvo entre narradores, lingüistas y filólogos. Los registros del gallego son abundantes porque es la primera lengua literaria escrita en la Península Ibérica, y porque tiene soluciones exclusivas pero también compartidas con los subdialectos que después florecieron en Portugal y Brasil. Disponíamos de la continuidad de una lengua que se estrenó con la gran lírica del Medievo y llega a hoy repartida por cuatro continentes.

–¿Pensáis que vuestra versión en gallego pueda valer para el mundo luso-africano-brasileño?

–Lo tuvimos en cuenta –sigue Chema–. De manera que, cuando nos enfrentábamos a un vocablo, o a un giro, en vez de escoger lo que sólo es corriente en Galicia (y en las hablas del Norte de Portugal), optábamos por lo común de las lenguas normativizadas al norte y al sur del río Miño.

cuando nos enfrentábamos a un vocablo, o a un giro, en vez de escoger lo que sólo es corriente en Galicia (y en las hablas del Norte de Portugal), optábamos por lo común de las lenguas normativizadas al norte y al sur del río Miño.

–Hablando de versiones en lenguas próximas, tengo unas cuantas anécdotas de las que leí en portugués y en castellano antes de traducir del inglés al gallego. Nunca me olvidaré de la traducción de Estudio en escarlata publicada por Planeta. En un momento Doyle quiere indicar que su personaje es un tipo rústico y le hace pronunciar “injuns”. Como el traductor no sabe qué hacer, pone nota al pie de página: “Injuns.– Una tribu india”.

Nos reímos, Chema pide en vlaams una segunda ronda de cervezas, él y Xavier declaran su “empeño en reproducir a Joyce más que en traducirlo” –por cuyo acierto les acaban de conceder el premio– y cuentan a sus experiencias al respecto:

–Yo sufrí una traducción al castellano –dice Queipo– que incitaba a abandonarla a las pocas páginas; otra portuguesa, hecha en Brasil que era, sencillamente, incomprensible; y me metí con una francesa de varios autores con altibajos notorios, llena de notas a pie, que parecía un tratado de filosofía de la traducción.

–Yo apenas miré por encima una portuguesa que era ruin –califica el políglota– y una holandesa que ya iba siendo aceptable. También un italiana, buena, sí, con un librito de ayuda a la interpretación. Pero nada me llegó a gustar de todo, porque en ellas no estaba Joyce al completo.

–Piensa en lo que hizo Gide con Conrad –irrumpe el narrador, animoso–. Lo reescribió. No iba frase a frase. Leía páginas y reescribía a su modo. Y cito a Borges: la traducción debe ser intuitiva…

–Pero con sentidiño –me atrevo a opinar–. A lo mejor, un tipo como Joyce, que escribe en difícil…

–Nada de eso –me corta Chema–. Joyce escribe la mayor parte de Ulysses en inglés normativo y normal. Sólo cuando se tira al monte hay que perseguirlo haciendo ejercicios de invención.

Joyce escribe la mayor parte de Ulysses en inglés normativo y normal. Sólo cuando se tira al monte hay que perseguirlo haciendo ejercicios de invención.

–Ando ayudando a preparar la propuesta de un proyecto de traducción cooperativa –les cuento algo de mi trabajo–. Se trata de usar un analizador sintáctico universal, con una máquina lógica de traducción que deja resuelto el trabajo de los traductores pero no la interpretación. Una vez pasado el texto por el sistema, los interpretadores lo revisarían en equipo. Cada uno de ellos haría las mejoras que estimase y todos votarían lo que hiciera cada uno. Al final se aceptaría el texto más votado y se pagaría a cada uno en proporción a sus éxitos. ¿Qué os parece?

–Que vamos a pedirle a ese flamenco otra ronda –responde Queipo en tono de sorna.

–Eso os va a dar la vida a los que andáis con textos técnico-científicos –me concede Chema.

Y tomamos “a derradeira”, como los tres pensamos en gallego, que no es lo mismo que “a última” pues cada idioma obliga a pensar de forma propia. Al poco el reloj me manda abandonarlos mientras reciben llamadas de enhorabuena y saborean las mieles del premio, compartido con sus compañeras.

En el frío de la plaza nocturna, con una luna grande sobre la iglesia de Santa Catalina pienso que nada importa ser de Ciencias o de Letras para ejercer en Literatura. Xavier Queipo es el seudónimo literario de Xavier Vázquez Álvarez, médico pediatra convertido por gusto y voluntad en biólogo especialista en ictiología. Chema Sáinz Pena se hace llamar Antón Vialle para lo literario y es economista convertido en intérprete.

Bajo al metro. A unas cuantas estaciones me espera un amigo de los tres, Jorge Velasco, físico de partículas elementales que lleva en la cabeza todo el corpus de la Literatura Francesa. Lo fue leyendo mientras experimentaba con protinos y neutrinos. Véase por la web que también ejerció de crítico literario. Jorge comparte con todos los expats bruselenses que “el idioma común de Europa es la traducción” (incluso literaria).

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