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Enamorada de un mal tipo

por Ambar Fogué De Madre
Ana Inés Jabares Pita

Esta es la última vez que escucharé su voz y un policía me está mirando, mientras acaricio mis rodillas temblorosas, cubiertas por mi abrigo de visón blanco. Lamentablemente recordaré bien la sonrisa de este poli. Me sonríe igual que yo a algunos de mis alumnos.

– Solíamos hablar de cine la mayor parte del tiempo –digo, intentando desesperadamente restablecer el equilibrio entre lo humanamente aceptable y la locura.- Pasábamos los fines de semana viendo películas y series, y diseccionándolas. Nos olvidábamos de dormir; olvidábamos comer, excepto potes de Ben & Jerry´s, que se apilaban alrededor de nuestro sofá rojo de piel. Él me ofrecía los pedacitos más grandes de galleta que se esconden entre el helado de vainilla. ¿No era aquello amor de verdad? –Este agente no parece verlo claro. – Convertía cada película en un puzzle que él pudiera volver a guardar en su caja. Deconstruía cada escena, cada toma, y cada movimiento de cámara. A veces, sus monólogos se hacían repetitivos, pero cuando se apasionaba por algo, uno no se atrevía a dejar de observarle, mucho menos acallarle. Yo no podía. Creo que eso es lo que le pasaba a, y lo que pasaba dentro de nuestra relación.

Este hombre debe pensar que estoy colocada, justo como mi amado apareció hoy, pero qué importa eso, seguiré hablando.

– Para mí, cada película que veo es la historia que no he podido vivir fuera de mi sillón. Estoy en cada película y él estaba en cada una de ellas. Todavía está, pero pronto no estará.

Sé cómo funciona mi corazón. Tan pronto como le cuente toda esta historia a este poli empezaré a enterrarle. Él será justo como su colección de deuvedés, algo que ha sido retirado de esta habitación.

– Siempre le dije a mi amor que el valor real de una obra maestra se halla en su final, en la última emoción con la que uno se queda. Todavía me preocupan mucho estas dos cosas.

A veces esta emoción final es una mezcla de emociones y ahora mismo estoy hecha un lío. No sé con qué emoción quedarme. Él ha jugado demasiado con los géneros. ¿Comedia, drama, romántico, horror?

– Los deuvedés y la estantería son suyos. La tele no.

Este buen hombre anota todas mis palabras en una pequeña libreta. Ya no puedo escucharle gritar, pero sé que está cerca, escaleras abajo, con su gorra negra puesta y sus Nike negras nuevas, hablando con otro agente que sonríe como el mío y que escribe cosas similares en una libreta igual a la que yo puedo ver desde el sofá rojo donde permanezco sentada. Hace frío y agradezco el abrazo de mi abrigo de visón. No tuve tiempo de encender la calefacción, y mi abrigo fue la primera cosa que cogí cuando el timbre empezó a sonar, furiosamente, esta fría y confusa mañana de sábado.

– ¿What´s your name madam? (1)

Lo hago, y mucho. Olvido decir quién soy. Supongo que no lo sé aún. Especialmente hoy. Era novia; era mejor amiga. Ahora soy una ex-todo. Otra vez.

– Ilsa, mi nombre es Ilsa. Es bonito, ¿no?

– Sí, señora, y mucho, pero ¿podría decirme su nombre completo, por favor? No quisiera parecer maleducado, pero estas preguntas son estrictamente profesionales. Mi colega y yo solo tratamos de ayudarla a usted y a su ex pareja. Porque él es su… ejem… ex, ¿no?

No quería tener que hablar con ningún hombre más en mi vida, ese era el plan. Él era mi amor, mi problema, mi mejor amigo. Pero hoy, hoy es el día en que se convierte en palabras, solo palabras en un trozo de papel.

– Sí, lo dejamos hace tres meses, pero en realidad yo ya lo había dejado antes, solo que no se lo dije. De todas formas no me hubiera creído. Es como cuando le dices a un perro travieso “sit” con la puerta de salida abierta frente a él.

Sí, ésta soy yo. Puedo asumir parte de la culpa. Querer como yo quiero es peligroso. Llego a adorar el lado malo de la gente. Y eso, créeme, no es romántico. Es enfermizo.

– Verá: he de confesar algo, agente. Soy la peor profesora de Londres. Venga a mi clase y véalo usted mismo, agente. Mi permisividad dificulta la tarea educativa, pero no puedo evitarlo: adoro a los niños malos. A Juanito le encanta quedarse castigado porque le regalo pegatinas de colores cada vez que me habla sobre los malos tratos que sufre en casa . Y Sandra llora aposta, todo el tiempo, para que el director la envíe a charlar conmigo, y yo, verá no puedo remediarlo, la dejo dibujar cerditos compulsivamente, que la psicóloga de la escuela estudia después para concluir que la pobre parece sufrir de algún trastorno obsesivo compulsivo.

El agente no ha estado anotando nada de esto. Solo me mira en completo silencio. No sé porqué.

– Señora, ¿es el sujeto su pareja actual, o no?

– No, no lo es.

– Muy bien, señora. – Esta vez escribe. Lo que este tipo considera relevante es un misterio para mi.

– Ilsa, escuche: vamos a darle un final concluyente y definitivo a lo que ha sucedido aquí, ¿si? Lamentablemente la policía interviene demasiado a menudo en situaciones de este tipo entre parejas. Lo mejor es actuar rápida y sensatamente. Bien. Dígame cuál es su nombre completo, señora.

– Ilsa García, agente.

– Muy bien, señorita García. ¿Podría detallarme los hechos, por favor?

– Por supuesto, agente. ¿Le importa que fume?

– No, para nada.

No fumo, pero este hombre no lo sabe. Solo necesito tomarme un respiro de esta mierda en la que me ha metido mi ex. Me dirijo a la estantería, donde todavía está su tabaco, y topo con la cubierta de Purple Rain, su disco favorito de Prince. Me dan ganas de quemarla.

– ¿Está usted bien, señorita?

-Sí, estoy bien. Perdone, sólo pensaba en la pequeña, blanca y preciosa cicatriz en su frente –Lo sé, lo sé. Mis repentinos cambios de humor son un fastidio. Pero me resulta muy difícil tener que olvidar repentinamente cuanto me gusta él y sus cosas.

– ¿Está lista para seguir entonces? Limítese a los hechos, señorita.

– No puedo ceñirme tan sólo a los hechos, agente; no puedo. Lo que me está pidiendo es tremendamente difícil. Creo que debemos cortar y abrir el cuerpo para que usted entienda. Si lo hiciéramos, usted vería lo que yo he visto. Vería que está lleno de cereales tipo Kellogg’s.

– ¿Qué quiere decir, señorita García?

– Quiero decir que está lleno de cereales y dulces de otros tipos. Sin embargo, si tuviéramos que continuar observando lo que lleva dentro, vería que está lleno de litros de lejía y de piedras duras y puntiagudas. Sí, eso es lo que quiero decir. Esos son los hechos.

– Señorita, ¿esto significa que su ex pareja puede necesitar asistencia médica urgente e inmediata?

-¡Exactamente! Eso es lo que quiero decir. He estado queriendo decirlo durante casi dos años, y él nunca me tomó en serio. A nuestra relación siempre le faltó entendimiento y sincronía. Justo como en la cama. En realidad creo que somos estériles. Hemos abortado incontables veces; es como si hubiese vivido entre fetos enfermos en este piso. Todos muertos y feos. Es extraño, nos deseábamos como locos pero su esperma me pudre por dentro.

Ahora los ojos del agente se ven realmente grandes. Obviamente tiene serios problemas analizando metáforas. Creo que tiene ganas de llorar. Tal vez se ha enfadado. No debí contarle nada sobre nuestra vida sexual. Ha sido demasiado para este hombre.
Amablemente, le pido que se siente en el sofá rojo de piel. Me preocupa. Sus manos están frías. Me quito el visón blanco y se lo pongo. Me quedo en pijama pero siento que ya somos amigos, y que mi aspecto no es crucial en estos momentos.

– Si alguna vez come cereales de los buenos, señor, ¿me haría el favor de pensar en él? Significaría mucho para mí. Necesita a alguien que le recuerde. Alguien que recuerde lo dulce que puede ser. Yo recordaré las piedras, descuide, las recordaré. No podría olvidarlas ni que quisiera.

Él permanece en silencio. ¡Detesto que se enfaden conmigo!

– ¿Le apetece un café, agente?

– Por favor, señorita.
Mi amigo el policía vuelve a anotar cosas en su libreta. Pienso en cómo le voy a contar el resto de la historia. Este hombre parece muy sensible, y yo no quiero terminar de arruinarle el día. Pero la verdad es que no puedo hablar sobre mi ex pareja sin hacer llorar a la gente. Esto sí es un hecho: ninguno de mis amigos me permite hablar de él, y hay conductores de Uber que ya no me quieren recoger precisamente por eso. Necesito hacer que este policía entienda, que si he estado con mi amado durante dos años es, porque no siempre había problemas. Él también sabía ser maravilloso y fascinante. Y yo, que desprecio el matrimonio, quería casarme con él y mirar juntos videos de gatos hasta que la muerte nos separase. Pero sé que millones de piedras se interponían entre nosotros, amontonándose sobre lo nuestro día tras día hasta llegar a donde ahora me encuentro. Lo supe desde el comienzo. Cada vez que me enamoro de alguien, ese alguien está chiflado.

– Agente, ¿piensa usted que mi ex y yo hubiéramos sido más felices si él no me hubiera enviado fotos de cómo quería suicidarse? ¿Si no me hubiera insultado cuando le dije que no me gustaba Eminem? ¿Si no hubiera tirado mi par de zapatos favorito al Támesis? ¿Si hubiera dormido a mi lado por las noches en lugar de encerrarse en su oficina, a fumar y leer acerca de la gentrificación en las grandes ciudades o sobre Kanye West? Dígame, agente, ¿de verdad cree usted que hubiéramos sido más felices si él me hubiera traído el desayuno a las diez de la mañana en vez de a las seis? Agente, por favor, necesito ayuda.

Señorita, permítame regresar a los hechos. Los hechos. Entonces, el hombre del que hablamos, su ex pareja, ¿vino a visitarla hoy, sin previo aviso, y llamó al timbre y a la puerta furiosamente mientras la insultaba, durante más de una hora, porque usted no quiso desayunar con él a las seis de la mañana? ¿Es eso correcto, señorita García?
Me parece increíble que la respuesta sea sí.

– ¿Desea presentar cargos por acoso, señorita?

– No, señor.
Puedo verle sonreír otra vez.

– ¿Podría preguntarle por qué, señorita García?
Yo sé bien cuál es la respuesta.

– Porque estoy enamorada de un mal tipo, agente.
Él cierra su libreta, se quita mi abrigo de visón blanco, se niega a tomar café conmigo, coge la caja llena de lo que queda de mi ex en el piso, abre la puerta y se marcha escaleras abajo.

– ¡Él me quería! – grito, desesperadamente. Pero nadie se gira.


(1)  En realidad el poli hablaba inglés.

Ilustración © Ana Inés Jabares Pita

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