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A veces la vida es así de sencilla. Otoño, de Jon McNaught


por Elsa Veiga
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Y es que ‘Otoño’, la preciosa obra de Jon McNaught (Londres), publicada en 2012 y editada ahora en castellano por la Editorial Impedimenta, y por la que McNaught fue considerado Autor Revelación en la Feria del Cómic de Angoulême, me ha dejado un sentimiento melancólico que poco tiene que ver con la tristeza —a pesar del ambiente, desolador a ratos, que muestra—, y mucho más con las perspectivas, el rearme de ánimos para una nueva etapa, el lujo de la rutina, el goce de vivir.

Es la primera vez que reseño un cómic, un cómic puro y duro, sin asomos de novela gráfica o de libro ilustrado, llámalo como quieras, son tantas las denominaciones y tan fina la línea que las separa, que me pierdo un poco. Pero con lo que me quedo, inevitablemente, es con el goce estético y la sutileza de ‘Otoño‘, similar a haber leído una novela en la que pasa todo sin parecer que pase nada y que nos deja ese poso de saber y de haber sido testigos de algo esencial.

Jon McNaught

Editorial Impedimenta © Jon McNaught

Y es que Otoño’, la preciosa obra de Jon McNaught (Londres), publicada en 2012 y editada ahora en castellano por la Editorial Impedimenta, y por la que McNaught fue considerado Autor Revelación en la Feria del Cómic de Angoulême, me ha dejado un sentimiento melancólico que poco tiene que ver con la tristeza —a pesar del ambiente, desolador a ratos, que muestra—, y mucho más con las perspectivas, el rearme de ánimos para una nueva etapa, el lujo de la rutina, el goce de vivir.

Eso todo es ‘Otoño’, a la que McNaught dedicó tiempo para aproximarse y alejarse, desde el detalle al conjunto, de la imagen que lo abre todo al elemento más nimio, al sonido de las hojas al caer de los árboles. Y en estos altibajos de sonidos y visiones nos perdemos, emocionados, y cuando nos queremos dar cuenta, hemos terminado de leer y de ver. Porque la obra está hecha para detenerse y contemplar. Avanzar, quedarse embobado un rato en una viñeta, seguir, volver atrás para comparar y reflexionar. 


Hay una paz en toda la historia que reflejan perfectamente los colores y el ritmo narrativo, el que marcan el día a día de dos seres aparentemente insignificantes  —Dos historias otoñales es el subtítulo de la obra—. La vida se sucede de la mañana a la noche por medio de estos personajes, un joven ayudante de cocina y un chaval que reparte periódicos al salir del instituto. Trivial, y quizá por ello más conmovedora.

Creo que el genio de McNaught reside precisamente en eso (…) Saber emocionar a través del color, de la textura, de una palabra.

El flujo del otoño nos va llevando al frío, del azul al marrón que después será blanco, a adentrarnos en otra estación en la que no habrá la sutileza y la riqueza animal y vegetal que tuvimos en otoño, donde todo estaba vivo pero tranquilo, a la espera del cambio, de la nueva etapa vital. Qué será del repartidor y del ayudante de cocina, cómo se desarrollarán sus vidas. Nos lo preguntamos. Ocurre.

‘Otoño’ conlleva un ejercicio de imaginación y de reescritura, de volar al pasado de esos que ahora son y que no sabemos cómo llegarán a ser. Nos obliga a detenernos, nos dice que miremos a nuestro alrededor, que no dejemos de observar lo que ocurre en la vida de todos, de nosotros mismos, y cómo las estaciones pueden modificar las cosas, pero no para importunarnos, sino para hacernos estar más vivos y ser más conscientes de nuestra condición humana. A nadie le gustan las transiciones, pero existen, y de eso habla este cómic. La humanidad de los personajes reside en sus pequeños gestos, en las luces y las sombras que los iluminan, en las onomatopeyas que acompañan sus movimientos y sus acciones.

Jon McNaught

Editorial Impedimenta © Jon McNaught

Creo que el genio de McNaught reside precisamente en eso, en saber captar la vida en viñetas que se acercan, que se alejan, que detallan y resumen. Saber emocionar a través del color, de la textura, de una palabra —pocas pero precisas, medidas al detalle—, de una cámara que va avanzando y nos revela, como en el mejor corto de animación, una verdad inconmensurable, la grandeza de una estación, la riqueza de la melancolía.

La historia se acaba con la ida, con el vuelo, la imagen del cohetito dirigiéndose desde el videojuego, que es a su vez la visión de otro personaje, a un mundo distinto, probablemente mejor, lejos de Dockwood, una ciudad de 26.000 habitantes con una bolera, un lago y un centro comercial. Y es que a veces, la vida es muy sencilla, pero dan ganas de escapar.

Imágenes cedidas por la Editorial Impedimenta © Jon McNaught

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